En los días mágicos entre el solsticio de invierno y la nueibuena[1], cuando el rey del frío acecha y llegan las horas más oscuras del año, la familia se reúne en las aldeas, en los valles, y no son pocos quienes al calor de la lumbre cuentan una misma historia para que no se olvide, para proteger a los suyos. Así suenan las voces de las narradoras, así se oye a los pastores contar sobre un ser que habita en los ibones del pirineo. Son las Fadas[2] d'os ibons y a ellas está asociada una leyenda pirenaica que sucede en la nueibuena.
¿Qué son las fadas?
Fadas es como se conoce a las hadas o seres primordiales que pueblan el folclore aragonés. Fadas, lavanderas, moricas o encantarias. El escritor, periodista e investigador Jesús Callejo, especializado en temas folclóricos y mitológicos, distribuyen las hadas en varios grupos:
- Hadas de los mares: sirenas
- De ríos y cuevas: lamias
- Fuentes: ninfas
- Bosques
- Las hadas encantadas
Es de este último grupo del que os hablaba hace un tiempo en su relación con el agua y especialmente, con la festividad de San Juan.
Uno de los lugares que por sus peculiaridades es hábitat de una de estas hadas encantadas son los ibones. Ibón es como se denomina en aragonés a los lagos de montaña de origen glaciar situados en los pirineos. Es una zona de montaña rodeada de picos en los que abundan oquedades, grutas y cuevas, algo idóneo para estos seres que viven solas en las profundidades del ibón y cantan con sus voces mágicas hechizos para atraer a los incautos que crucen hacía Francia durante los días entre el solsticio y la nueibuena. Y así, una nueibuena de hace muchos años, en una cabaña del pueblo de Canfranc, se inicia esta historia:
Cuentan las viejas lenguas que en una cabaña del pueblo pirenaico de Canfranc, vivía Damian y su mujer. Era un hombre de montaña, hosco y parco en palabras. Formaba parte del grupo de pastores que a la llegada del invierno, cuando venían los primeros fríos bajaban al ganado de la montaña a los valles donde encontrarían mejores pastos y la nieve tardaría algo más en llegar.
Ese año Damian había sido padre de un niño al que decidieron llamar Fabian como su abuelo. Los fríos llegaron de nuevo, el invierno estaba cerca y ese año Damian decidió no bajar a los valles con el resto de pastores y pasar la nueibuena en casa con su mujer e hijo, como hacían los habitantes de los pueblos de las tierras más llanas y vivir en casa, no en los montes. Para conseguir su objetivo necesitaba otro sustento y para ello había pasado muchas horas tallando madera de boj y fabricando cientos de cucharas, cazos y cucharones para recorrer con ellos los pueblos del valle y vender la mercancía. Con ello obtendría dinero suficiente para pasar el invierno.
Pero llegó el 24 de diciembre, y Damián apenas había vendido algo. Solo le quedaba una opción llegar a Francia y probar suerte. Sin hacer caso a las historias que allí se contaban sobre seres malignos que acababan con los caminantes que pasasen por los ibones en los días mágicos del solsticio, se encaminó hacía Francia de noche, llegó al país vecino a mediodía donde las ventas no le fueron mal, apurando por ello el tiempo, la noche se le echaba encima y era hora de volver a casa. Confiaba en conocer muy bien el camino y en las estrellas para guiarle, y sin embargo, la cima del puerto le sobrecogió. Nunca antes había sentido esa inquietud, nunca se había notado oprimido por una extraña fuerza que parecía provenir de la misma montaña. La nieve amortiguaba el sonido de las pisadas. El viento estaba calmado y el silencio era absoluto. Hasta que escuchó la voz. Al principio no se lo creyó. Luego ya no tuvo más remedio que mirar hacia la superficie negra y brillante del ibón. Allí no parecía haber nadie, y, sin embargo, la voz venía del lago. No se entendía lo que decía, ni siquiera era posible saber si se trataba o no de palabras. Al poco tiempo, a la primera voz se unieron otras, y todas parecían voces de mujer.
A Damián le temblaban las piernas y las manos. Dejó resbalar de la espalda el morral y la mochila, y se desparramó su contenido por la ladera de nieve que se extendía a sus pies. El coro de voces seguía entonando una melodía extraña, bellísima, y a cada minuto que pasaba, parecían añadirse nuevas notas, entonaciones imposibles y misteriosas resonancias. Damián comenzó a andar hacia el lago. En lo más profundo de su cerebro le pareció escuchar, débilmente, la cantarina voz de su mujer que lo llamaba, pero enseguida su nombre formó parte del coro de aquellas voces angelicales, y, claramente, resonó en todo el valle una frase pronunciada por gargantas invisibles:
William Henry Margetson, A Water Sprite or Siren. 1900. |
-Damián, Damián, ven, ven...
El hechizo de las Fadas de los Ibons de Puerto volvía a elevarse por encima de las aguas heladas, por encima de la nieve oscura, más allá de las cimas... y su poder, su antiguo y desconocido poder venido de otros mundos y de otros tiempos, arrancaba de esta vida al pobre Damián, Damián el cucharero, y le obligaba a arrojarse en los brazos glaciales de los lagos de la montaña. La profundidad de un ibón fue su tumba.
Brujas, demonios, encantarias y seres mágicos en aragón. José Antonio Adell, Celedonio García. Editorial Pirineo.
www.aragoneria.com
Gutiérrez Lera, Chema (2008), Breve Inventario de Seres Mitológicos, Fantásticos y Misteriosos de Aragón.Editorial Prames.
SIPCA. Aguas milagrosas, aguas legendarias.
Casasús Latorre, Javier. (2016), Cuentos y leyendas de Guara. Editorial Prames.
- https://es.calameo.com
[1] Nueibuena: Nochebuena en aragonés.
[2] Fada: hadas en aragonés, dentro de las cuales encontramos a las encantarias, moras y las lavanderas.
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